¡¡¡ B I E N V E N I D @ S !!!


El objetivo de este blog es la orientación familiar en Habilidades Sociales, es decir, está dirigido a padres (preferiblemente de adolescentes)con el fin de informar sobre todo lo relacionado con dichas habilidades, así como de su importancia y de las estrategias necesarias para fomentarlas en el núcleo familiar.



5.- HH.SS.: CONOCIMIENTO Y CONTROL DE LAS EMOCIONES

    
        Es innegable el creciente interés por el estudio de la vida afectiva y su educación. En cualquier caso, la “educación de los sentimientos” es una tarea necesaria y fundamental en los procesos de maduración personal de los adolescentes y jóvenes.
        Lo que más nos interesa aquí, es incidir en que los sentimientos y las emociones son determinantes para el desarrollo de la personalidad y que, por tanto, deben comprenderse, cuidarse, protegerse y respetarse en el niño. Los padres deben prestar atención y dedicación al desarrollo y manejo de los sentimientos y emociones de sus hijos, pues con ello contribuyen a un buen equilibrio emocional y a un buen desarrollo personal. Por este motivo, quisiéramos profundizar algo más sobre ambos conceptos.
       




LAS EMOCIONES Y LOS SENTIMIENTOS
EN LA VIDA AFECTIVA

 
        El nivel afectivo de la personalidad huma­na comprende ese mundo de experiencias íntimas y subjetivas en el cual nos dejamos afec­tar por las experiencias internas o externas­ que estamos viviendo.

 


¿QUÉ SON LOS SENTIMIENTOS Y EMOCIONES?
        Sentimientos y emociones surgen de un fondo vital que escapa en buena parte a nuestra libre elección racional. Clásicamente, los fenómenos propios de esta dimensión afectiva se han diferenciado entre sí por su intensidad, persistencia y por la mayor o menor implicación de aspectos somáticos o cognitivos.

        Así, las emociones  consisten en experiencias afectivas intensas, pasajeras, bruscas y agudas, con un fuerte componente corporal. Las emociones se relacionan muy directamente con las motivaciones y constituyen una fuerza energética psicofísica que nos impulsa hacia unos determinados comportamientos. También emoción y pensamiento se relacionan e interfieren mutuamente (ELLIS, 1981), aunque no se puede afirmar que exista una relación de causalidad fija entre ellos. En realidad los ni­eles somático, afectivo y cognitivo interaccionan entre sí en forma compleja. Ejemplos de emociones serían: la risa, el llanto, el asco, la rabia, impotencia,…


        Los sentimientos son estados afectivos más estructurados, complejos y estables que las emociones, pero menos intensos y con menor implicación fisiológica. Mientras la emoción es un modo de sentirse afectado por el mundo exterior, el sentimiento es el modo en que nos proyectamos sobre él desde nuestra afectividad. Algunos ejemplos: felicidad, tristeza, soledad, amor,…

        Cada persona tiene una peculiar organización de su mundo afectivo. Esta originalidad depende en parte de su especificidad fisiológica y en parte de las experiencias vividas, que le hacen interpretar la realidad descodificando los mensajes de una forma peculiar.



¿PARA QUÉ NOS SIRVEN LOS SENTIMIENTOS Y EMOCIONES?




       

        Fundamentalmente son experiencias personales e íntimas que reflejan nuestro mundo interior, nos ayudan a tomar decisiones y a formar valores. Son indicadores que nos informan de cómo estamos viviendo, qué nos está pasando ante las diversas situaciones. Estos fenómenos afectivos permiten conocemos mejor. Nos hablan de lo que ocurre, lo que queremos, de nuestras necesidades básicas, de nuestros deseos, de nuestros valores, de nuestro grado de bienestar o malestar, etc.

        Los sentimientos y emociones no sólo ayudan a conocerse, sino también a decidir qué hacer, decir, probar, gustar... Los sentimientos están en el fondo de nuestras actuaciones y de nuestras reacciones. Prestar atención a nuestros sentimientos y emociones nos lleva a saber actuar de una manera más adecuada. Mostrar y expresar adecuadamente estas experiencias afectivas es algo natural y sano, tanto si se trata de emociones agradables como desagradables.

        Además, compartir con franqueza los sentimientos con otras personas, permite darse a conocer, ser comprendido y establecer unas relaciones adecuadas. De lo contrario, los demás tendrán que recurrir a suposiciones para saber realmente lo que le suceda a uno. Ahora bien, hay que aprender a saber elegir expresar o no un sentimiento, en qué momento, cómo y a qué persona. Lo mejor es hablar de uno mismo, de cómo me siento y me percibo: de modo directo y personalizado. Para ello, debemos tener en cuenta que, los sentimientos y emociones ni son buenos ni malos, sino que son naturales.  Se trata de experiencias personales. Es natural, útil y aceptable sentir una emoción, cualquiera que sea, agradable o desagradable, pues todos los sentimientos y emociones son válidos. Sólo lo que cada cual hace con ellos (las conductas), puede ser considerado aceptable o no.

        Por último, debemos de tener en cuenta que, los sentimientos son personales, de modo que cada persona es responsable de sus sentimientos y de los comportamientos que pueden acompañarlos. Las emociones son propias del sujeto, nadie puede obligar o imponer estar animado o enojado, como tampoco reprobar que pueda sentirse triste o alegre. Sin embargo, a veces sucede que lo que dicen o lo que hacen otras personas puede alterar nuest­ros sentimientos, siempre que nosotros lo permitamos, ya que también podemos impedir esa incidencia y decidir cómo queremos sentirnos.



CONCEPTUALIZACIÓN DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL


         Salovey y Mayer en el año 1990, acuñan el término de “Inteligencia Emocional” definiéndola como un tipo de inteligencia social (GADNER, 1995) que se relaciona con la habilidad de manejar los sentimientos y emociones propias de uno mismo y de los otros, de discriminar entre ellas y de utilizar esta información para dirigir nuestros pensamientos y ac­ciones. Dicho de otra manera, los procesos mentales involucrados en la información emocional incluyen la evaluación y expresión de las emocionales propias y ajenas, la regulación de la emoción personal y la utilización de las emociones con una finalidad adaptativa.

        Para Daniel Goleman, la Inteligencia Emocional puede resultar tan decisiva, y en ocasiones incluso más que el cociente intelectual de la persona, para predecir la satisfacción personal a lo largo de la vida. Saber que un joven ha logrado superar con gran éxito sus estudios, equivale a saber que es sumamente bueno en las pruebas de evaluación académica, pero no nos dice nada de cómo reaccionará ante las vicisitudes que se le presenten en la vida. Sin embargo, las personas que han desarrollado adecuadamente las habilidades emocionales suelen sentirse más satisfechas, son más eficaces y más capaces de manejar los hábitos mentales que determinan el rendimiento. Esto destacaría la importancia e influencia de la dimensión emocional en el desarrollo evolutivo, así como en la superación óptima de las transiciones propias del ciclo vital, como es el caso de la adolescencia.
        Siguiendo de nuevo a Mayer y Salovey, la Inteligencia Emocional implicaría cuatro grandes componentes:



A) PERCEPCIÓN Y EXPRESIÓN EMOCIONAL

Se refiere a la habilidad de reconocer de forma consciente nuestras emociones, identificar qué sentimos y ser capaces de darle una etiqueta verbal.

        Los sentimientos son un sistema de alarma que nos informa sobre cómo nos encontramos, qué nos gusta o qué funciona mal a nuestro alrededor, con la finalidad de realizar cambios en nuestras vidas. Una buena percepción implica saber leer nuestros sentimientos y emociones, etiquetarlos y vivenciarlos. Con un buen dominio para reconocer cómo nos sentimos, establecemos la base para posteriormente aprender a controlarnos, moderar nuestras reacciones y no dejarnos arrastrar por impulsos o pasiones exaltadas.

        Ahora bien, ser conscientes de las emociones implica ser hábil en otras múltiples facetas. Junto a la percepción de nuestros estados afectivos se suman las emociones evocadas por objetos cargados de sentimientos, reconocer las emociones expresadas (verbal o gestulamente) por otras personas  e incluso distinguir el valor o contenido emocional de un evento o situación social. Por último, la única forma de evaluar nuestro grado de conciencia emocional está siempre unida a la capacidad para poder describirlos, expresarlos con palabras y darle una etiqueta verbal correcta.

 

B) FACILITACIÓN EMOCIONAL

        Se define como la capacidad para generar sentimientos que faciliten el pensamiento.

        Las emociones y los pensamientos se encuentran fusionados sólidamente y, si sabemos utilizar las emociones al servicio del pensamiento, podremos razonar de forma más inteligente y tomar mejores decisiones.

        Tras una década de investigación, empezamos a descubrir que dominar nuestras emociones y hacerlas partícipes de nuestros pensamientos favorece una adaptación más apropiada al ambiente. Por ejemplo, nuestras emociones se funden con nuestra forma de pensar consiguiendo guiar la atención a los problemas realmente importantes, nos facilita el recuerdo de eventos emotivos, permite una formación de juicios acorde a cómo nos sentimos y, en función de nuestros sentimientos, tomamos perspectivas diferentes ante un mismo problema. Por otra parte, el «cómo nos sentimos» guiará nuestros pensamientos posteriores, influirá en la creatividad en el trabajo, dirigirá nuestra forma de razonar y afectará a nuestra capacidad diaria de deducción lógica. En efecto, que nuestros hijos estén felices o tristes, enfadados o eufóricos, hagan o no un uso apropiado de su Inteligencia Emocional para regular y comprender sus emociones, puede determinar el resultado final de sus notas escolares y su posterior dedicación profesional.



      C) COMPRENSIÓN EMOCIONAL

        Se trata de integrar lo que sentimos dentro de nuestro pensamiento y saber considerar la complejidad de los cambios emocionales.

         Para comprender los sentimientos de los demás debemos empezar por aprender a comprendernos a nosotros mismos, cuáles son nuestras necesidades y deseos, qué cosas, personas o situaciones nos causan determinados sentimientos, qué pensamientos generan tales emociones, cómo nos afectan y qué consecuencias y reacciones nos provocan. Si reconocemos e identificamos nuestros propios sentimientos, más facilidades tendremos para conectar con los del prójimo. Empatizar consiste en situarnos en el lugar del otro y ser consciente de sus sentimientos, sus causas y sus implicaciones personales. Ahora bien, en el caso de que la persona nunca haya sentido el sentimiento expresado por el amigo, le resultará difícil tratar de comprender por lo que está pasando. Aquél que nunca ha vivido una ruptura de pareja, en ningún momento fue alabado y reforzado por sus padres por un trabajo bien hecho o jamás ha sufrido la pérdida de un ser querido, realizará un mayor esfuerzo mental y emocional para imaginarse el estado afectivo de la persona que esté pasando por ello.

        Junto a la existencia de otros factores personales y ambientales, el nivel de Inteligencia Emocional de una persona está relacionado con las experiencias emocionales que nos ocurren a lo largo del ciclo vital.

        Desarrollar una plena destreza empática en los niños implica también enseñarles que no todos sentimos lo mismo en situaciones semejantes y ante las mismas personas, que la individualidad orienta nuestras vidas y que cada persona siente distintas necesidades, miedos, deseos y odios.


    

D) REGULACIÓN EMOCIONAL

         Una de las habilidades más complicadas de desplegar y dominar con maestría es la regulación de nuestros estados emocionales. Consiste en la habilidad para moderar o manejar nuestra propia reacción emocional ante situaciones intensas, ya sean positivas o negativas. Es decir, regular las emociones consiste en percibir, sentir y vivenciar nuestro estado afectivo, sin ser abrumado o avasallado por él, de forma que no llegue a nublar nuestra forma de razonar. Posteriormente, debemos decidir de manera prudente y consciente, cómo queremos hacer uso de tal información, de acuerdo a nuestras normas sociales y culturales, para alcanzar un pensamiento claro y eficaz y no basado en el arrebato y la irracionalidad.

        Un experto emocional elige bien los pensamientos a los que va a prestar atención con objeto de no dejarse llevar por su primer impulso e, incluso, aprende a generar pensamientos alternativos adaptativos para controlar posibles alteraciones emocionales. Del mismo modo, una regulación efectiva contempla la capacidad para tolerar la frustración y sentirse tranquilo y relajado ante metas que se plantean como muy lejanas o inalcanzables. Tampoco se puede pasar por alto la importancia de la destreza regulativa a la hora de poner en práctica nuestra capacidad para automotivarnos. En este sentido, el proceso autoregulativo forma parte de la habilidad inherente para valorar nuestras prioridades, dirigir nuestra energía hacia la consecución de un objetivo, afrontando positivamente los obstáculos encontrados en el camino, a través de un estado de búsqueda, constancia y entusiasmo hacia nuestras metas.




        Estos cuatro componentes o habilidades están enlazados de forma que para una adecuada regulación emocional es necesaria una buena comprensión emocional y, a su vez, para una comprensión eficaz requerimos de una apropiada percepción emocional. No obstante, lo contrario no siempre es cierto. Personas con una gran capacidad de percepción emocional carecen a veces de comprensión y regulación emocional.





LOS SENTIMIENTOS O EMOCIONES EN LA

 ADOLESCENCIA




        La mayoría de los expertos creen que la idea de que los adolescentes son regidos por las "hormonas descontroladas" es una exageración. No obstante, esta es una edad llena de cambios rápidos en su estado emocional, el mal genio y una gran necesidad por la privacidad, así como la tendencia a ser temperamentales.
        Los niños pequeños no pueden pensar en el futuro demasiado, pero los adolescentes sí pueden y suelen hacerlo con frecuencia, ya sea a corto o a largo plazo. Algunos podrían preocuparse excesivamente de:


·         Su rendimiento en la escuela.
·         Su apariencia, su desarrollo físico y su popularidad.
·         La posibilidad de que uno de sus padres fallezca.
·         Ser hostigados en la escuela.
·         La violencia escolar.
·         Quedarse sin amigos.
·         La soledad.
·         Las drogas y el alcohol.
·         Hambre y pobreza en el mundo.
·         Fracaso en obtener empleo.
·         Bombas nucleares o ataques terroristas en el país.
·         El divorcio de sus padres.
·         La muerte.
·         etc.

        Muchos adolescentes son un poco cohibidos. Y dado que los cambios físicos y emocionales son drásticos, también suelen ser muy sensibles sobre sí mismos. Quizás se preocupen por algunas cualidades personales o "defectos" que para ellos son algo muy importante, pero que para nosotros son insignificantes. Ej.: el uso de aparatos dentales, gafas, la aparición de un grano en la cara,…
        Un adolescente también puede estar bastante absorto en sí mismo. Puede creer que él es la única persona en el mundo que siente como él o que tiene las mismas experiencias, o que es tan especial que nadie más, especialmente su familia, lo puede comprender. Esta creencia puede contribuir a los sentimientos de soledad y aislamiento. Además, el enfoque en sí mismo puede afectar la manera en que el adolescente se relaciona con familiares y amigos.
        Por otro lado, parece que los adolescentes cambiaran repentinamente de estado emocional.  Las emociones del adolescente a veces parecen exageradas. Sus acciones son inconsistentes. Es normal que los adolescentes cambien repentinamente de estado emocional, entre la felicidad y la tristeza, entre sentirse inteligentes o estúpidos. De hecho, algunos expertos consideran que la adolescencia es como una segunda niñez temprana. Como explica Carol Bleifield (consejera escolar de nivel secundario en Wisconsin): "De momento quieren que se les trate y les cuide como a un niño pequeño, pero cinco minutos más tarde quieren que los adultos se alejen de ellos, diciendo: 'Déjame hacerlo sólo'". Esto es algo que puede ser beneficioso si usted les ayuda a comprender que están atravesando una etapa con muchos y grandes cambios, cambios que no siempre parecen resultar en el progreso.
       
        Además de los cambios emocionales que ellos sienten, los adolescentes exploran varias formas de expresar sus emociones. Por ejemplo, un joven que anteriormente saludaba a sus amigos y visitas con abrazos afectuosos, puede de repente cambiar a un adolescente que saluda con el más leve reconocimiento. Similarmente, los abrazos y besos que antes expresaban su amor por sus padres ahora se convierten en un alejamiento y una expresión de, "Déjame ya, mamá". Es importante recordar que estos son cambios a las formas en que ellos expresan sus sentimientos, y no cambios a los sentimientos en sí por sus amigos, sus padres y otros familiares.
        No obstante, es conveniente que estemos atentos a señales que delaten cambios emocionales o períodos de tristeza de larga duración, lo que podrían indicar problemas emocionales severos.


       ¿CÓMO PODEMOS EDUCAR EN LA MADUREZ EMOCIONAL A LOS ADOLESCENTES?


        Como ya podemos deducir, una óptima educación emocional iría en la dirección de las siguientes líneas fundamentales.

1/ Fomentar la capacidad de estar en contacto con la propia trama emocional: escuchar nuestras sensaciones, sentimientos y emociones, prestar atención a lo que sentimos en el aquí y ahora. Es fundamental la actitud de atención continua a la vivencia en el presente, al propio yo. El joven aprenderá a descubrirse y a conocer sus necesidades, sus deseos, sus expectati­vas, sus mecanismos de funcionamiento y sus modalidades de comportamiento contactando con sus emociones y sus sentimientos. "¿Cómo me estoy sintiendo?" es una pregunta que ha de hacerse refleja en la cotidianidad de la vida, en medio de la actividad o de la relación interpersonal. Pregunta y respuesta ayudan a adaptarse mejor a la situación y a lograr una mayor integración personal.

2/ Favorecer saber identificar y diferenciar nuestros sentimientos y emociones: la amplitud y riqueza de experiencias emocionales nos habla de la densidad del ser humano, de la creativa forma de vivenciar la realidad y de los múltiples modos de comportamiento a adoptar. Saber qué vivo y siento es percatarme de la propia interioridad y cimentar una autoestima que irá creciendo y, a su vez, energizando al propio yo.

3/ Posibilitar la aceptación de los sentimientos como naturales y válidos. La critica propia o ajena por sentir tal emoción o sentimiento, lleva frecuentemente a distorsiones afectivas. Todas las emociones y sentimientos que podemos experimentar, por el hecho de ser humanos y propios de uno mismo, son aceptables. Cada persona tiene derecho a sentir miedo, amor, odio o alegría. Los sentimientos no son discutibles. Son y pertenecen a cada cual que los siente.

4/ Propiciar la «responsabilidad» de los propios sentimientos. Aprender a responsabilizarse de las emociones y sentimientos propios confiere poder al propio yo. Dicha responsabilidad abarca también a las conductas que adoptamos a partir de esos sentimientos y emociones. Responsabilizándose de los propios sentimientos y de los comportamientos derivados, el joven asume el poder de elegir sus conductas y la construcción de su propio bienestar personal.

5/ Ayudar a afirmarse en el propio yo: derecho a ser y a expresarse uno mismo, respetando adecuadamente a los demás. Además, es fundamental distinguir entre «sentir» una emoción y «expresarla o actuarla». Una cosa es sentir una emoción, sea la que sea, y no podemos imponérnosla, y otra saber elegir cómo y cuándo expresarla y actuarla. De este modo, podremos elegir la conducta más adecuada al contexto. De aquí la importancia de aprender y manejar un registro amplio de alternativas y de matices graduales en la expresión de los propios sentimientos y emociones.

 6/ Permitirse vivir y expresar sentimientos y emociones diversas: crecer y desarrollar una vida satisfactoria.


        Según A. Ellis (1981), nuestras emoc­iones se derivan no tanto dé lo que nos sucede cuanto del modo con que interpretamos o evaluamos lo que experimentamos. De este modo, las emociones adecuadas -agradables o desagradables- provienen de una evalua­ción realista de nuestras circunstancias personales y de los acontecimientos que nos suceden y nos permiten acceder a los objetivos deseados. Mientras que las inadecuadas -también agradables o desagradables- derivan de una interpretación distorsionada  o irracional de la realidad, y bloquean o paralizan la consecución de las metas deseadas.


       
Desde el momento que nuestras emociones se derivan en gran parte de nuestro modo de pensar, somos de algún modo generadores de nuestro estado emocional. De manera que, aprendiendo a pensar correctamente, de un modo realista y racional, podremos también cambiar el modo de sentir y podremos superar las dificul­tades de naturaleza emotiva.




            
GUÍAS PRÁCTICAS PARA LOS PADRES

·      Los niños no pueden hacer mucho por cambiar sus sentimientos. Cuando un niño está enfadado, triste, celoso o tiene miedo, muchos padres “bienintencionados” intentan minimizar y negar estos sentimientos, pero eso resulta contraproducente ya que el pequeño se siente incomprendido y hasta puede que rechazado. Cuando un niño está alterado o se queja de algo, es preciso que los padres reconozcan y valoren sus sentimientos. Es importantísimo dejar expresar a los niños y adolescentes sus sentimientos y emociones.

Es del todo natural que intenten eliminar la preocupación y el malestar de sus hijos; pero, en ocasiones, sólo conseguirán disgustarlos más, ya que vuestras respuestas les convencen de que no han sido escuchados sus sentimientos con atención. Si niegan sus sentimientos, ellos creerán que no se preocupan de lo que piensan, y entonces trasladarán su frustración, enfado o desencanto sobre ustedes mismos.

     Esta capacidad no se adquiere de la noche a la mañana, y, a muchos de nosotros, no nos viene de una forma natural. Sin embargo, si desean ver contentos y alegres a sus hijos y no tristes, enfadados o temerosos, participen con ellos en el desarrollo de sus sentimientos positivos.

        • Cuando los niños acuden a nosotros porque se han hecho daño, sabemos bien lo que hay que hacer: lavamos y desinfectamos la herida y ponemos una tirita o una venda. No obstante, si los daños son emocionales, nuestra actitud no es tan segura. Aplicamos la misma regla que con las heridas físicas; la curación debe ser rápida, por ello deseamos “reparar” rápidamente los problemas emocionales, y por tanto, le pedimos que rápidamente dejen de llorar, no les damos el tiempo razonable para expresar sus sentimientos.

        Cuando intentamos consolar las penas de nuestros hijos, es posible que, sin darnos cuenta, minimicemos sus sentimientos con comentarios del tipo: “No hay por qué ponerse así” o “No tienes que comportarte como si esto fuese el fin del mundo” o “Lo que te sucede no es tan grave”. Por el contrario, tampoco hay que comportarse tratando de eliminar el descontento o el enfado del niño siendo muy “blando” o “permisivo” con él. Como en todo, existe ese punto de equilibrio que lo da el saber lo que está pasando: si es real o exagerado.


        • Para saber reconocer y aceptar los sentimientos es necesario poner algo más que amor y buenas intenciones. Se precisa atención y habilidad. Cuando los niños se sienten embargados por una emoción intensa, nuestra empatía (participación en los problemas o sentimientos de otro, ponerse en la piel del otro) hace que nos vean como aliados.

        • Aprender a responder con empatía es el primer paso para ayudar al niño a que tenga más confianza en sí mismo. Y ¿no es eso lo que todos los padres desean, el que sus hijos sean capaces de enfrentarse a la situación, en lugar de sentirse impotentes, deprimidos o nerviosos? Lo más difícil de todo esto es que cuando los hijos están alterados, los padres se alteran aún más, y sus propias emociones les impiden reconocer y aceptar los sentimientos de los hijos.
 
        • Cuando tanto el padre o la madre, así como también los niños, se encuentren en un estado de agitación, es preciso ocuparse primero de la persona que esté más nerviosa. Y éste suele ser, con bastante frecuencia, uno de los progenitores. Cualquier intento de ser comprensivo hacia su hijo puede ser incluso perjudicial si usted tiene prisa, cansancio, preocupaciones o se siente ansiosa/o o irritada/o. Es aconsejable que usted solucione su problema, sino se lo proyectará a su hijo.

        • Cuando un niño desea algo que no podemos, o no queremos darle, solemos crear un enfrentamiento en el que solemos enfadarnos con el niño, sólo porque el niño desea aquello. Es difícil reconocer su punto de vista si confundimos sus sentimientos con su comportamiento. El hecho de que un niño esté enojado porque no puede conseguir lo que desea no significa que sea “malo”. Si usted ve sus peticiones sólo como un deseo que usted tiene el derecho de rechazar, entonces le será más fácil utilizar la técnica del reconocimiento para evitar una pelea: “Me parece que realmente te gustaría tenerlo”, en lugar de “Dios mío, nunca estás contento; con todos los juguetes que tienes”.

        Usted puede ser permisivo con los sentimientos sin serlo con el comportamiento. Puede dejar que su hijo desee algo sin dárselo y no sentirse mal por negárselo. A veces, el niño renunciará a lo que pide porque se siente satisfecho al ver que usted ha comprendido y reconocido su deseo de conseguir lo que pide, eso puede tener para él más fuerza que el hecho de conseguir el deseo.

        • Por lo general creemos que entendemos lo que el niño está pensando o sintiendo cuando, en realidad, nos hallamos muy lejos de la verdad. Cuando conseguimos escuchar a los niños sin juzgarlos, criticarlos u ofrecerles una solución y sabemos comprender los problemas que verdaderamente les preocupan nos sorprendemos de lo fácil que se solucionan las situaciones conflictivas. A veces la simple escucha tiene un poder extraordinario.

        • Para reconocer los sentimientos de los niños no es preciso repetir sin sentido todo lo que ellos dicen. Si usted actúa de esta forma, es posible que los niños se den cuenta en seguida y duden de la sinceridad de usted. Es necesario que usted sea sincero, espontáneo y natural. Existen muchas formas de saber escuchar sin caer en una actitud forzada:

– Puede adaptar las palabras de su hijo. Ejemplo: si el niño dice “Estoy un poco asustado…” decirle… “¿Tú crees que eso da miedo?”. A veces un simple sinónimo basta para que la respuesta no parezca tan mecánica.

– También es posible transformar la frase del niño en una pregunta que invite a dar información y que no sea del estilo ¿por qué?: “¿Alguna vez antes has tenido miedo y luego se te ha pasado”?

– Cuando ellos les digan cosas que no entiendan, el repetir o adoptar sus propias palabras puede ser la mejor forma de conseguir más detalles. Decir alguna frase corta, que no implique juicio alguno, como: “Oh… ya veo… Mmmmm”, que comunica al niño que lo ha escuchado, le invitará a seguir expresándose.

– Otra buena posibilidad es poner nombre a las emociones que el niño siente. El poner nombre a las emociones de los niños aclara sus emociones, se sienten comprendidos y saben, por ejemplo, que la rabia y el ridículo son algo normal y aceptable: “¡Ya veo, estás sintiendo rabia por lo que te han hecho!”.

        • A veces es doloroso para los padres comprobar que no resulta nada fácil resolver todos los problemas de los hijos y evitarles el sufrimiento. Cuando los otros niños les ponen motes, son los últimos del equipo deportivo, no los invitan a jugar o se meten con ellos, es difícil saber qué se puede hacer que sea acertado y no empeore las cosas, haciendo que se sientan aún peor. Es aconsejable tranquilizarse y dejar que pase el “temporal”.

        Vuestro papel no consiste en perseguir al niño que está haciendo daño a vuestro hijo para darle un azote (aunque os gustaría), ni tampoco echar las culpas al vuestro (“Bien, ¿y qué le hiciste tú antes?). A veces es necesario aceptar que existe un límite en lo que se debe hacer para proteger a los hijos en situaciones dolorosas. En muchas ocasiones, el tiempo es el único remedio efectivo. Lo que podemos hacer por ellos es algo más importante e inmediato: aceptar y reconocer sus sentimientos, hacerles ver que son comprendidos y aceptados por nosotros, y que estamos de su parte. Y no insista mucho, no le agobie con sus preocupaciones y protecciones, déjele que aprenda a asumir la realidad, ya que reprimir ciertos sentimientos puede derivar en problemas psicológicos como: el miedo a ser uno mismo dejando de ser nosotros mismos, inseguridad, baja autoestima, etc.

        • La técnica del reconocimiento, comprensión y aceptación se aplica a los sentimientos, no al comportamiento. En algunos casos, es posible establecer límites claros en el comportamiento del niño y luego reconocer sus sentimientos: “no apruebo lo que has hecho, eso no está bien; pero entiendo que estés enfadado”. Hay otros momentos en que los niños no quieren que se les hable de sus sentimientos, lo que desean es estar solos. Respételo. Podemos hacerles entender que nos tienen a su disposición cuando lo necesiten, pero sin ser avasalladores.

        A veces los niños desean que les dejemos en paz y estar a solas con sus sentimientos; quieren ocuparse no sólo de temas serios, sino de otros asuntos menos importantes y tienen todo el derecho del mundo a esa intimidad.

        • Si empieza a poner en práctica la técnica del reconocimiento, comprensión y la aceptación de sentimientos, no tiene que desanimarse por la reacción inicial de los niños, ya que éstos pueden sospechar que sus padres tratan de manipularlos, o bien ponen en duda su sinceridad. Insista en su nuevo comportamiento.

        Cuando decida cambiar de actitud debe aceptar que esta técnica no siempre produce milagros. Pero si usted continúa ofreciendo una comprensión no crítica a sus hijos, ellos comenzarán a ver que se trata de una relación sincera, en la que no entran la desconsideración, el sarcasmo ni la manipulación, y acabarán respondiendo de una manera positiva.

        • Pero también recuerde que no es posible reconocer, ni aconsejable aceptar, todos los sentimientos de los niños en todo momento. Convertirse en un oyente receptivo requiere tiempo y ganas, y hay muchas ocasiones en que esto es imposible.


 







¡ECUÉRDELO!